Durante diez largos años los titanes estuvieron en guerra. Desde el alto cielo hasta el profundo Tártaro resonaba el fragor de la batalla.
Los Titanes y parte de sus hijos, eran más numerosos e imponentes por su furia y vigor que los seguidores de Zeus, quien ontaba en sus filas, además de sus hermanos, con la Oceánide Éstige y sus numerosos hijos. A cambio de su ayuda, Éstige recibió el privilegio de que los dioses juraran en su nombre, lo que daba al juramente un valor absoluto.
Zeus sopesó sus fuerzas y las contrarias, y decidió que debía buscar ayuda. Y entonces se acordó de los Cíclopes y los Centimanos, que seguían encarcelados en el Tártaro, olvidados por todos. Zeus bajó sigilosamente, cogió sus llaves y después de liberarles los fortaleció con comida y bebida divinas. Los Cíclopes entregaron a Zeus como agradecimiento el rayo; a Hades le dieron el casco de la oscuridad, y a Poseidón un tridente.
Los tres hermanos armados urdieron un plan para terminar rápidamente con la guerra, que se alargaba durante demasiado tiempo. Y así, Hades entró, sin ser visto, en presencia del retorcido Cronos para robar sus armas, mientras Poseidón le amenazaba con su tridente, desviando así su atención. Finalmente, Zeus hizo caer sobre él su terrible rayo. Mientras, los gigantes Centimanos arrojaban cientos de rocas contra el resto de los Titanes, que huyeron despavoridos.
Esta cruenta guerra de Titanes fue conocida con el nombre de Titanomaquia, en recuerdo a estos gigantes. De este modo Cronos, y todos los titanes que le habían seguido, fueron recluidos en el Tártaro y guardados allí por los gigantes Centímanos. Pero Atlas, por ser el cabecilla del grupo sublevado, recibió un castigo ejemplar: fue condenado a llevar sobre sus hombros el peso del mundo.
Atlas |
No hay comentarios:
Publicar un comentario