miércoles, 14 de noviembre de 2012

DIONISO, UN DIOS POPULAR

NACIMIENTO E INFANCIA DE DIONISO
Sémele, hija de Cadmo y Harmonía, quienes reinaban en Tebas, era a menudo visitada por Zeus en palacio. En cierta ocasión, Zeus le prometió a Sémele que le daría todo lo que pidiera haciendo un juramento sagrado, lo cual aprovechó Hera, la esposa celosa de Zeus para presentarse ante  Sémele disfrazada de nana de Sémele, quien era de su total confianza y le preguntó sobre si estaba totalmente segura que era Zeus, y así le sugirió que para demostrárselo le pidiera la próxima vez que se mostrara con todos sus tributos (que como sabemos son los rayos y relámpagos). Así lo hizo, y Zeus, tuvo que aceptar, acabando así con la vida de la muchacha. Pero una hiedra se interpuso en el vientre de Sémele, y evitó la muerte del niño que llevaba en su interior, al cual Zeus recogió y lo encerró en un muslo. Tres meses más tarde, Ilitia, ayudó al nacimiento de Dioniso o Ditirambo que así fue llamado por ser el “dios nacido dos veces”. 

Ante este nuevo escarceo de Zeus, la celosa Hera decide tomar represalias contra el recién nacido, y así se pone en contacto con los Titanes a quienes ordena que den un implacable escarmiento. Hera pide que se de prioridad a este encargo y así se ponen enseguida en marcha dirigiéndose a los aposentos de la criatura. Tras raptarlo, lo despedazan y ponen todos los pedazos en una olla al fuego, como si se tratase de un guiso, y lo dejan hervir para destruir totalmente los restos del niño, de modo que nadie pudiese encontrar parte sana del crío asesinado, ni obrar con sus desaparecidos trozos ningún prodigioso milagro que permitiese su reconstrucción. Todo lo que quedó fue un granado que brotó al pie del lugar en donde fue desmenuzado el cadáver, un granado que había germinado con la sangre inocente que regó el suelo. Pero sí que hubo un testigo, la abuela Rea. Cuando los Titanes abandonaron el lugar, considerando que ya habían terminado su trabajo, la buena de Rea se puso de lleno a recuperar los fragmentos de su  nieto, y con ellos logró darle una forma aproximada a la que en vida había tenido. Así Rea consiguió recuperar a su  nieto vivo y llamó después a su padre para que lo pusiese a salvo. 

La educación de Baco
A ESCONDIDAS DE HERA

Para esconderlo de la furia de Hera, Zeus puso al renacido Dioniso en manos de Perséfone, la moradora de las tinieblas, la misma que había recibido ya otras encomiendas parecidas, y que tan problemáticas habían resultado. Perséfone pasó a la responsabilidad a cargo de Ino, hermana de Sémele, y su esposo Atamante, para que lo cuidaran en su reino de Orcomenes, escondiéndolo entre las niñas. 

Cuando Hera conoció la noticia hizo que Atamante enloqueciera y diese muerte a un supuesto ciervo que en realidad era su hijo Learco. Otra versión cuenta que fue Ino, quien enloquecida, tuvo que salir huyendo de su marido con su hijo en brazos, hasta que llegó al mar y se zabulló, salvando un delfín al desventurado Learco y quedando su madre como patrona de los marinos antes las tormentas. 

De nuevo Zeus tuvo  que recoger al pequeño y en esta ocasión lo llevó a Nysa, donde fue entregado a las ninfas  Macris, Nisa, Erato, Bromia y Baque, hijas de Atlas quienes lo alimentaron con miel y fue transformado en cabrito para evitar el ser reconocido por Hera.  Las ninfas fueron compensadas siendo transformadas en constelaciones, llamadas Híades.
Las ninfas le enseñaron Bellas Artes, especialmente armonía y baile. Más tarde Isleño se encargó de su educación, al cual se le ha representado en numerosas ocasiones  en obras de arte y según la leyenda de él desciende los sátiros.


VIAJES Y AVENTURAS DE DIONISO

Dioniso vagaba por el mundo acompañado de su tutor Sileno y de un ejército de sátiros y ménades armados de tirsos, que son varas cubiertas de hiedra, con piñas de pino en la punta. Además llevaban serpientes, espadas y bramaderas. Danzaban enérgicamente bajo la influencia del vino.




Dioniso en Egipto

Llegó a Egipto, y se instala en la corte de Proteo de Faros. Al rey le lleva el vino como obsequio, y aprovechando su situación, se pone a trabajar desde Faros en la preparación de su primera campaña. Reedita para su causa a las amazonas de Egipto, amazonas combativas por naturaleza, que van a servirle de espléndida fuerza de choque. Con ellas y con la furia de la venganza, se lanza a la batalla contra los Titanes, a los que vence con facilidad.

Emulando a Alejandro, el dios cruza Mesopotamia, derrotando a todos sus adversarios, y llega hasta las Indias sometiendo la península a su poder, pero no sin haber dejado antes el recuerdo de su presencia, con el cultivo de la vid y el secreto del vino. Terminado su camino en los confines del este, decide el triunfal Dionisos regresar a Grecia, al centro del mundo. Pero su regreso no iba a ser fácil, pues sus anteriores aliadas, las amazonas, esperaban dispuestas para el combate en el Asia Menor, dando lugar a una guerra sin cuartel, de la que sólo unas pocas consiguieron huir y refugiarse en Éfeso.

En Tracia, Dioniso se topó con un peligroso enemigo: Licurgo, rey poco amado de esa tierra dura y hostil. Licurgo supo engañar a la tropa del dios, haciéndola caer en una emboscada dejando solo y sin defensa a Dioniso frente a él, que le atacaba con su hacha de doble hoja, dispuesta a acabar con su aventura militar. Dioniso se da cuenta de la dificultad de la situación y decide abandonar el campo de batalla refugiándose en el mar, en la morada de Tetis. De nuevo Rea, salió en ayuda de su nieto y liberó a sus soldados originales, al tiempo que enloquecía a Licurgo quien utilizó la terrible hacha contra su hijo, tomándolo por una cepa de vid, por esa planta representativa de Dioniso, y como tal, fue podando los miembros de su hijo Driante, como una burla de su afán por acabar con el dios. Cuando Dioniso salió de su escondite ya con su gente liberada y con la cruel muerte del hijo del rey, viendo la desesperación del pueblo tracio, el dios se apiadó de su desgracia, y les prometió que se repararía el daño causado por Licurgo con la maldición de las diosas. Bastaba, para que la tierra volviese a ser fértil, que se lavase con la sangre culpable de Licurgo. Se cuenta que los tracios, aprovechando el consejo divino, decidieron darle al odiado rey una muerte terrible. Arrojaron al demente entre los caballos salvajes y las bestias tardaron poco en descuartizarle en la cumbre del monte Pangeo. Se cumplió el deseo del joven dios, y las tierras volvieron a ser fértiles al tiempo que se deshicieron de un rey tan despiadado.

En tierras de Icaria

A partir de entonces, Dioniso tuvo como objetivo enseñar a los buenos hombres el cultivo de la uva y la elaboración de los vinos. Llegó hasta tierras de Icaria, donde su rey Icario logró el primer vino producido por los seres humanos gracias a las enseñanzas del dios. Entusiasmado por el éxito de la cosecha y el excelente sabor de sus caldos, Icario se fue por todo el reino invitando generosamente a sus súbditos. Bebieron en abundancia, y se empezaron a sentir sorprendidos por los extraños efectos que aquel vino les producía. Estaban alegres y confusos, sentían al mismo tiempo el terror del mareo creciente y la pérdida de visión, pero su euforia y pérdida de consciencia también aumentaban con el vino hasta el punto que llegaron a pensar que habían sido envenenados por Icario, y decidieron matar a quien les había embrujado así, el buen rey Icario. Tras cometer este crimen, los campesinos decidieron darle sepultura al pie de un pino para ocultar el hecho que conforme iban recuperando la conciencia sentían terror y vergüenza. 


Maira, la fiel perra del rey, asistió impotente a todo el macabro proceso, y viendo al amo enterrado, corrió en busca de su hija, a quien arrastró, tirando a mordiscos de su túnica, hasta la tumba de su padre. Allí comenzó la perra a excavar, hasta que apareció ante los ojos de la hija con brutal claridad, la razón de la desaparición de su pobre padre. Erígone, cayó entonces en desesperación, y en las ramas del mismo pino que daba sombra a la descubierta tumba de su padre, se ahorcó la joven. Quisieron los dioses que esta muerte se extendiera por Atenas como aviso del crimen que había quedado sin castigo, y por esa voluntad divina, otras muchas jóvenes, sin llegar ellas mismas a saber por qué lo hacían, se quitaban la vida simultáneamente ahorcándose sin razón conocida en muy distintos lugares de la ciudad, hasta que los dioses hicieron saber a los hombres a través de las revelaciones del Oráculo de Delfos, que Icario y su hija Erígone habían muerto por la injusticia de los campesinos, y era necesario que la venganza cayera sobre los culpables. Una vez descubierta la razón de esa ola misteriosa de suicidios, los ejecutores atenienses llegaron a tierras de Icaria, y dieron muerte a los culpables que habían asesinado a su rey Icario. Tras el castigo de los culpables, se instituyeron fiestas en honor a Erígone, en las que se conmemorarían para siempre las bondades del vino de Dioniso, el sacrificio de Erígone y el martirio de Icario, colgándose las jóvenes celebrantes simbólicamente de las ramas de los pinos, o de cualquier otro árbol robusto que hubiera en el lugar, como una festiva e incruenta rememoración del suceso que fue asa de esas fiestas dionisíacas.
Icario y su fiel perra, quien junto a Erígone descubrieron su cadáver, fueron transformados en  las constelaciones de Boyero, Virgen y una de las estrellas de la Canícula. 

En Etolia


Al llegar a Etolia, Dioniso fue recibido por Oneas, rey de Calidón y se enamoró de su mujer, Altea. De estas relaciones nació Deyanira. 

En Laconia, fue agasajado por Dión, su soberano, quien tenía tres hijas. La más joven se prendó de él, al igual que él se fijo en ella, pero las hermanas mayores, celosas, advirtieron al padre, ante lo cual, Dioniso las transformó en rocas y a su amada la convirtió en un nogal.

Su encuentro con los piratas


En  el camino de su visita a las islas del archipiélago, fue capturado por unos piratas tirrenos, quienes pensaron que era hijo de un rey, y que podrían obtener un buen rescate. Sin embargo, al querer atarle las ligaduras se soltaban solas. El piloto asustado, dándose cuenta que se trataba de un dios, pidió a sus compañeros  que le liberaran pero solo consiguió su burla, y largan anclas, contando ya con los beneficios que les va a reportar la venta de tan bellísimo esclavo. Dioniso observa divertido la escena y deja tranquilamente que pase el tiempo. Entonces comenzó a suceder una serie de acontecimientos: un vino delicioso y suave se deslizó por el navío, como si el mismo mar se hubiese transformado en vino y cubriera  la embarcación. El palo mayor de la embarcación se cubre de hojas de parra y de ramas de hiedra y ya no queda duda: los horrorizados piratas comprenden al punto que el piloto no había hablado en vano, que aquel joven maravilloso era un verdadero dios.  El dios convertido en león, se lanzó sobre el capitán destrozándolo a vista de sus secuaces. Se lanzaron al mar y se convirtieron en delfines, salvándose tan sólo el piloto, quien Dioniso dejó marchar en paz, para que sea él quien cuente a los hombres todo lo que ha visto y vivido, cómo el dios supo vencer a unos enemigos tan necios y cómo se rió de ellos y su maldad. 




Pero Dioniso también aprovecha la travesía y desembarca en Naxos.

Dioniso y Ariadna

Cuando llegó a Naxos, Dioniso encontró a Ariadna, quien Teseo había dejado en la isla dormida. Cuando la muchacha descubrió la partida de Teseo, se entregó a una tremenda desesperación. Pidió a los dioses que quienes le traicionaron recibieran un terrible castigo, y para ella, la muerte. Cuando se fue a arrojar al mar, Zeus se lo prohibió prometiéndole cumplir lo que le pidió y castigar así a los culpables. Pero a ella le aguardaba otro destino. Ariadna se convertirá en la esposa de Dioniso y celebrarán una ceremonia presidida por Himeneo, tras lo cual le seguirá una fiesta dionisíaca para celebrarlo. 

Al encontrarla, dormida sobre las arenas de la playa, le pareció tan bella que encargó al herrero olímpico, Hefesto, una corona de oro que fuera parecida a su belleza. Cuando la tuvo despertó a la hermosa Ariadna, y tras entregarle la diadema, le hizo su esposa. 
Entonces comienza a oírse las músicas del cortejo báquico y Zeus desaparece. Aparecen sátiros, ninfas, pastores y por último Dioniso, quien le promete su amor y su gloria. Ariadna le declara entonces su esposo y salvador. 

Comienza la celebración de la boda. Las Gracias visten a Ariadna de novia, y todos se regocijan con la felicidad de los amantes. Dioniso da la señal para que comience la fiesta báquica alzando la copa que le ofrecen, y durante la noche transcurren bailes y cantos. Cuando los amantes se quedan solos se oye el eco de las músicas de la fiestas y Ariadna y Dioniso se unen en un íntimo abrazo.



Su matrimonio fue feliz y se tradujo en la culminación de su complicada vida sobre la faz de la tierra. Con ella Dioniso tuvo a seis hijos: Enopión (rey de Chío), Toante (rey de la Taúrida), Estáfilo, Latramis, Evantes y Taurópolo.

Conquista de la India

Más tarde, Dioniso conquistó la India, tierras que sometió mediante sus encantamientos y poder místico. Todas las regiones se rindieron al ejército quienes empleaban pámpanos, troncos de vid y panderetas, y enseñó a sus habitantes el arte de la vinicultura. A partir de entonces se le representó con su cortejo triunfal: un carro tirado por panteras adornado con pámpanos y yedra mientras le acompañaba sátiros, silenos, bacantes y otras divinidades. Visitó también Egipto, Frigia, Mesopotamia  a orillas del Eúfrates y Tigris. En su vuelta  a Grecia, su aspecto se volvió más afeminado con una larga túnica y adornado con guirnaldas.

Dioniso en Tracia.

Sus ritos eran desenfrenados con lo que fue acogido con hostilidad  y desconfianza. El rey de Tracia, Licurgo se declaró contra él,  y busco asilo en Tetis en las profundidades del mar. Entonces, castigó a Licurgo, quienes hizo prisioneras a las Bacantes. Como castigo, extendió la esterilidad en el país  y enloqueció a Licurgo, quien despedazó a su hijo Drías, que creyó que era una cepa de viña. Esta crisis no acabó hasta que Licurgo fue sacrificado por orden del Oráculo, siendo conducido a la montaña Pangión, y atado a  cuatro caballos, fue descuartizado


DIONISO EN TEBAS


Más tarde, en Tebas fue rechazado por  el rey Penteo, hijo de Ágave,  hermana de Sémele. Penteo encarceló a Dioniso, quien se liberó de la prisión y enloqueció a Ágave, madre de Penteo y a las mujeres tebanas, que se fueron al monte Citerón a celebrar las fiestas en honor al dios. Mediante engaños, Dioniso convenció a Penteo a adentrarse en las fiestas de las ménades disfrazado de mujer, donde cuando vieron al intruso, a quien tomaron por un león,  fueron a atacarle. A pesar de los ruegos de Penteo y descubrirse ante su madre, la locura que poseía a ésta era tal, que lo descuartizaron y llevaron su cabeza como trofeo por toda la ciudad. Cuando volvió en sí, vio que realmente era su hijo y cayó en una profunda desesperación siendo desterrada ella y su familia de tierras tebanas. (Las Bacantes, Eurípides, 405 a.C.)

También en Argos no fue reconocido como dios, ante lo cual enloqueció a todas las mujeres que creían que eran vacas e iban mugiendo por las calles e incluso llegaban a comerse a sus propios hijos de su propio seno.
 Las hijas del rey Orcome, también le rechazaron, y aunque intentó persuadirles primeramente bajo la forma de un atractivo joven, al no poder conseguirlo, se transformó en toro, en león, y finalmente en pantera. Esto las enloqueció,  y una de ellas llegó a destrozar a su hijo. Dioniso las convirtió a una en ratón, a otra en lechuza y a la última en búho 

Su viaje al Hades

Terminada la aventura del dios, ya podía ocupar su lugar en el Olimpo. Hestia le cedió para siempre el suyo, en aquel círculo restringido de los doce grandes dioses. Ya confirmado como divinidad, Dioniso no olvidó a su pobre madre, la infeliz Sémele y descendió en su busca a los infiernos, para rescatarla del reino de Hades y hacerla disfrutar en la eternidad de lo que en vida se le había negado. Para conseguirlo, atravesó el lago de Lerna, que se creía que se dirigía directamente al infierno. Pidió ayuda a un tal Polimno, y quiso compensarle al volver, pero no pudo pues murió, y Dioniso dejó su bastón en su tumba. En el infierno, Dioniso rogó a Hades que dejara marchar a su madre, y aceptó a cambio del mirto, una de sus plantas predilectas. De ahí, que los iniciados en los misterios dionisíacos se coronaran la frente con mirto. Dioniso volvió con su madre, quien se convirtió en la diosa Tione.  Regresó pues, a la gloria divina el hijo y su madre, no teniendo más remedio Hera que reconocer y soportar la derrota final, aceptando la presencia triunfal de Sémele a su lado, puesto que ya Dioniso estaba a su misma altura, en la cima del Olimpo.