miércoles, 22 de agosto de 2012

ASTERIA RECHAZA A ZEUS

Asteria era una titánide, hija de Ceo y Febe, y además era hermana de Leto. Nació por sorpresa, de forma inesperada, sin gestación ni dolores. Nada hacía intuir su futuro nacimiento. Nació adulta. El dolor, la tristeza o la alegría jamás emanaron de ella, ni en ella encontraron lugar en que asentarse.
Las olas, en ese movimiento de ida y vuelta que en la arena de todas las playas se eternizan siempre, disminuían o borraban las huellas que unos pies descalzos dejaron en la arena. Asteria caminaba erguida y majestuosa.

Céfiro, viento del Oeste y mensajero de Afrodita, amparándose como siempre en la impunidad de lo invisible, con engañosa indiferencia movía las hendiduras de los transparentes tules que cubrían la piel de la diosa. Pero desde los cielos otros ojos también la observaban. Ojos divinos del único dios capaz de amontonar las nubes y dominar el rayo. Zeus sintió una gran atracción, una nueva pasión lo invadió. Una pasión sin confines, inaplazable y violenta. 

Zeus cruzó lo más rápidamente posible el espacio que separa el Olimpo de la tierra (según Hesíodo, si desde la mansión divina se lanzara un yunque de hierro al vacío tardaría nueve días y nueve noches en llegar a la tierra). Una vez alcanzó la tierra, se le acercó a Asteria, erguido, sonriente, con elegantes ademanes y paso de galán que aspira a no defraudar a su elegida, sin que en ningún momento menguara la altivez Omnipotente a que su rango obliga.

Pero Asteria no estaba dispuesta a entregarse, y su oposición fue tajante. No temía a las consecuencias y a pesar de la insistencia del dios supremo, no cedió y se mantuvo firme en su rechazo. Zeus no dejaba de intentarlo, sin embargo, cada vez que se aproximaba, sólo conseguía que la diosa esquiva acelerase el paso más y más para aumentar la distancia.

Cuando Asteria notó que las manos de Zeus iba a alcanzarle al fin, se sintió vencida, y utilizó sus poderes como diosa: se transformó en un ave, en una codorniz. Se dirigió al mar, pero no tardó en agotarse, y quedó flotando a merced de las olas violentas. 

Zeus decidió pronto su castigo. Asteria miraba hacia atrás temiendo el momento en que Zeus la fulminara con su rayo. Los ojos del dios, incisivos y fríos, continuaban atormentándola. Aquel mirar estático enardecía por momentos la trasformación. Poco a poco, fue extendiendo su enorme dimensión sobre las olas, y robándole espacio, aplastó al mar. Asteria terminó sus días como una isla empobrecida, desventurada, solitaria. Esta isla se llamó Ortigia, la isla de las codornices.



No hay comentarios:

Publicar un comentario